Construir la paz. El fin de la violencia en el mundo, en tu entorno y en tu interior

Convertir las flechas en flores

La práctica de la transformación de la violencia interior / por Thich Nhat Hanh

La violencia nunca está lejos. Es posible identificar las semillas de la violencia en tus pensamientos diarios, en tu habla y en tus acciones.
Podemos encontrar estas semillas en nuestra propia mente, en nuestras actitudes y en nuestros miedos y ansiedades sobre nosotros y los demás. Pensar por uno mismo puede ser violento y los pensamientos violentos pueden llevarnos a hablar y a actuar violentamente. En este sentido, la violencia de nuestra mente se manifiesta en el mundo.
Las guerras diarias que se suceden en nuestros pensamientos y dentro de nuestras familias tienen mucho que ver con las guerras que mantienen pueblos y naciones en todo el mundo. La convicción de que sabemos la verdad y de que aquellos que no comparten nuestras creencias están equivocados ha causado mucho daño. Cuando creemos que algo es la verdad absoluta, estamos atrapados en nuestro propio punto de vista. Si creemos, por ejemplo, que el budismo es la única vía para ser felices, podemos estar practicando un tipo de violencia que consiste en discriminar y excluir a los que siguen otros caminos espirituales. Cuando estamos atrapados en nuestras ideas, no vemos ni entendemos la realidad. Estar atrapado en uno mismo puede ser muy peligroso y puede bloquear la oportunidad de conseguir una mayor sabiduría.


Generalmente, pensamos en la violencia o en la guerra como actos o acontecimientos con un principio y un final definidos. Pero cuando observamos la verdadera naturaleza de la guerra, vemos que, tanto si la guerra empieza como si no, las semillas de la guerra siguen estando allí. No debemos esperar hasta que se haya declarado oficialmente la guerra para reconocer su presencia. Cuando los ejércitos opuestos han dejado el campo de batalla y han vuelto a casa, parece que la guerra ya no existe, pero puede ser que no sea verdad. Puede que la guerra siga
allí. Aunque los combates hayan terminado, el odio y el miedo siguen en el corazón y las mentes de los soldados y de los compatriotas de los soldados. La guerra está allí, efectivamente, y si miramos a nuestro alrededor reconoceremos sus múltiples caras: intolerancia religiosa, odio étnico, maltrato infantil, discriminación racial y explotación de los recursos mundiales. Pero también sabemos que las semillas de la paz, la comprensión y el amor están presentes y que crecerán si las cultivamos.
Cuando reconocemos que la violencia ha arraigado en nosotros, en la manera como pensamos, hablamos y actuamos, podemos levantarnos y vivir de manera diferente. Podemos decidirnos firmemente a vivir de manera consciente, a vivir en paz. Iluminando la llama de la conciencia en las raíces de la violencia que hay en nuestros corazones y nuestro pensamiento, sofocamos la guerra cuando empieza, en nuestras mentes.
Parar la guerra en nuestras mentes y corazones nos asegura cómo parar la guerra en nuestro interior.

La noche antes de su iluminación, Buda fue atacado por Mara, la tentación, el demonio. Mara y su ejército de demonios dispararon centenares de flechas a Buda, pero a medida que las flechas se le acercaban, las convertía en flores y caían dulcemente a sus pies.
Se trata de una imagen poderosa. Todos podemos practicar y recibir las palabras y acciones violentas contra nosotros, como hizo Buda, transformándolas en flores. El poder de comprender y ser compasivos nos proporciona la capacidad de hacerlo. Todos podemos sacar flores de las flechas.
Durante la guerra en Vietnam, uno de mis estudiantes más próximos, la hermana Chan Khong, que también era profesora en la Universidad de Saigón, escribió una petición de paz. Esta mujer convenció a setenta compañeros suyos, también profesores, para que la firmaran. Poco después, las tropas del norte habían multiplicado los
ataques en el sur de Vietnam y el clima era muy tenso. Como resultado, las autoridades locales hicieron un llamamiento público para que los profesores que habían firmado la petición acudieran al Ministerio de Educación y firmaran un manifiesto que refutara su soporte a la petición de paz. Todos los profesores excepto la hermana
Chan Khong lo firmaron.
La hermana fue llamada para que hablara con el ministro, que le dijo que si no se retractaba de su manifiesto por la paz perdería su puesto en la universidad y posiblemente iría a prisión. Utilizando su entrenamiento consciente, la hermana Chan Khong calmó sus impulsos y declaró que estaba decidida a asumir toda la responsabilidad por haber iniciado la petición. Entonces dijo: «Señor ministro, como profesora creo que lo más importante que podemos hacer en estos momentos de matanza y confusión es hablar con coraje, comprensión y amor. Este es un regalo precioso que podemos dar a nuestros estudiantes. Esto es lo que he hecho. Usted, el ministro de Educación, también fue profesor antes de tener este cargo en el gobierno. Usted es como un hermano mayor para nosotros, los profesores más jóvenes».
Cuando el ministro escuchó estas palabras, su corazón se ablandó. Entendió, se disculpó y no inició ninguna otra acción contra la hermana Chan Khong.


Es posible regar la semilla de la compasión hasta en situaciones de adversidad como estas. Cuando vemos claramente con los ojos y el corazón de la comprensión y la compasión, ya no sentimos que somos víctimas de la violencia ajena. Incluso podemos abrir el corazón de la persona que creemos que quiere herirnos. Podemos convertir en amigos a nuestros enemigos.
Cuando se empieza la práctica de la no-violencia, puede parecer muy difícil. Nos percatamos de que la violencia está a nuestro alrededor. Nos damos cuenta de que las semillas de enfado, miedo y odio están en nuestra propia conciencia. Tal vez sintamos un gran bloque de sufrimiento en nuestro interior y pensemos que no somos
capaces de transformar el odio y el miedo en nuestro interior y la violencia que nos ataca. Para muchos de nosotros, esta es la situación.
Hemos dejado que la violencia se acumule en nosotros demasiado tiempo porque no teníamos ninguna estrategia para combatirla. Cuando no podemos manejar nuestro sufrimiento, vomitamos nuestra frustración y dolor contra los que tenemos alrededor. Somos víctimas de nuestro propio sufrimiento, pero sólo porque no sabemos cómo tratarlo. Herimos a los demás cuando sentimos dolor. Nosotros —cada uno de nosotros— debemos ser responsables de nuestro propio dolor y trabajar para transformarlo y poder salvarnos a nosotros mismos y a los que amamos.
A medida que empiece a transformar su propio dolor interno, también transformará el enfado y el odio de los demás en flores. Pronto verá que las flechas dirigidas contra usted provienen del dolor de los demás. No se sentirá herido por sus flechas o acciones. Al contrario, sólo sentirá compasión. Su compasión transformará el discurso y las acciones de los demás. Todas juntas, estas prácticas proporcionan autoprotección, muy necesaria antes de poder proteger a otros.
Cada vez que alejamos la irritación y el enfado con una sonrisa, conseguimos una victoria para nosotros mismos y para la humanidad.
Su sonrisa es como la sonrisa de Buda cuando venció a Mara. Mara está en nosotros en forma de sospecha, celos y confusión, pero con un buen entendimiento de uno mismo y de los demás, evitará ser presa de Mara y cometer errores. En lugar de regar las semillas de la violencia, cultivará las semillas de la compasión y aportará alivio a los demás y a usted mismo.

(del libro: Construir la Paz)

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